Texto de Ferran Barenblit extraído del catálogo editado por la Galería Senda en motivo de la exposición (Nov-Dic 1998):
Luis Vidal - "Lindos"
La verdadera patria del hombre es la infancia
Rainer María Rilke
La incertidumbre es una de las herramientas poderosas del arte. No nos queremos referir aquí a la cualidad intrínseca de la creación artística de no ser capaz de dar una definición convincente sobre sí misma, sino a la capacidad de la obra de arte de sembrar en su espectador multitud de interrogantes, muchos más de los que su propio creador suponía. Es un mecanismo que permite al arte difundir una sensación que al mismo tiempo resulta imprecisa, borrosa e inquietante. Cualquier práctica artística lleva implícita esta consideración: pocos son los que no entienden el arte como una comunicación, un flujo entre dos sujetos. No cabe aclarar que ambos, creador y espectador, son igualmente activos y conjuntamente componen la obra de arte sobre la base de sus experiencias acumuladas y tantas otras variables más. La incertidumbre a la que nos referimos es la que imprime a la obra en este contexto un valor único: la capacidad de iniciar un diálogo, de presentar cuestiones, de agitar a quien se halle contemplándola.
Esta cualidad es quizá una de las que más sorprende en el trabajo de Luis Vidal. Su obra, los Lindos que componen su universo particular, son seres especialmente inquietantes por la amplitud de impresiones que generan entre sus espectadores. Son seres que, cargados de valores ambiguos e indefinibles, nos presentan todas sus caras posibles, quedando su lectura, su interpretación, a la disposición de nuestras capacidades y -aunque nos cueste reconocerlo- deseos.
El correcto contexto para entender la obra de Vidal es deteniéndonos por un momento a pensar qué está pasando en este cambio de siglo. Llevamos décadas de incrédula confianza en las ciencias. En tiempos pasados, en determinadas etapas de la historia, la cultura europea dio crédito a la Ciencia -con mayúsculas-, períodos en los que el respeto y el culto al conocimiento iluminaron el camino de pensadores y artistas: el Renacimiento, el siglo de las luces. Eran circunstancias en las que se confiaba en que mediante el conocimiento se podría llegar a conseguir una verdad. De esta manera, la Ciencia se esforzaba en proporcionar un instrumento para entender el mundo al margen de las ciegas creencias. Eran momentos cargados de contradicciones, pero con una fe incontestable en encontrar esa entidad abstracta que constituyen las certezas.
Sin embargo, el mundo actual nos tiene acostumbrados a otro credo, el que nos hace confiar en todas las ciencias y en los avances que nos proporcionen. Es, quizá, una esperanza en que la técnica nos resolverá todos los problemas a los que nos enfrentamos y que, gracias a ellas, nuestro devenir terrenal será mejor. Esta situación no es nueva.
Hace aproximadamente cien años, la cultura europea se enfrentó al dogma positivista, aquel que se había establecido como antídoto a la crisis generalizada que le había precedido. En ese momento campeaba en Occidente la confianza en que la intervención sobre el mundo -los congresos científicos, las patentes, las grandes obras públicas, la industria- ayudarían a la conquista de la felicidad. El expresionismo, un movimiento artístico cargado de fuerza crítica, fue la respuesta a esa situación absurda. La sucesión de acontecimientos que culminaron en la Gran Guerra, no tardaría en rubricar la desconfianza en el progreso infinito del confort.
En este momento que nos ha tocado vivir padecemos una situación semejante. Raro es el día en que no nos enteramos que determinado avance científico ayudará a que existan ordenadores más rápidos, genes más perfectos o a que vivamos más años. Estos elementos puestos en manos de una globalizada sociedad liberal, en la que los valores éticos han perdido gran parte de su sentido y se han substituido por una constante búsqueda de rentabilidad económica, son extremadamente peligrosos. No hace más que ratificar nuestra incapacidad de estudiar y entender el mundo en su totalidad. No deja de llamarnos la atención que la similitud de ambos contextos -el actual y el de hace cien años- tiene una respuesta similar en determinados creadores: dotar sus obras de toda la capacidad expresiva que son capaces de sustentar. Es así como nos volvemos a encontrar con el expresionismo, con toda su potencialidad comunicadora y esa inevitable capacidad de sembrar esa incertidumbre a la que nos referíamos antes.
El universo propio que Luis Vidal ha creado debe, pues, entenderse en un contexto en el que el arte se ha cargado nuevamente de esa fuerza expresiva. Vidal ha creado un mundo habitado por unos personajes a los que ha bautizado con el nombre de Lindos. ¿Qué son los Lindos? Él mismo ha escrito varias veces que
Lindo = recién nacido
La afirmación puede parecer obvia, aunque es imprescindible para entender esos misteriosos seres que pueblan sus instalaciones. Se trata de montajes muy semejantes a escenografías cinematográficas en las que una serie de cuerpos infantiles realizan todo tipo de actividades: pasean, charlan, visitan exposiciones de arte e incluso interactúan con humanos de carne y hueso. Son cuerpos de bebés con un rostro que se asemeja mucho al de un adulto, y con posturas corporales impropias de un niño. Es así como los lindos nos comunican su primera contradicción. Se trata sin duda de la representación de un cuerpo infantil, una forma que todos aceptamos como agradable en tanto que en ella depositamos los valores de amor, cuidado y respeto por los neonatos que todos tenemos. Pero a partir de este punto los lindos se distancian de lo que esperamos como propio de la infancia y encontramos en ellos una serie de valores y circunstancias vitales que, como veremos, van mucho más allá de lo que confiamos encontrar en un entorno tan pueril.
Luis Vidal no creó el mundo de los lindos por una decisión repentina: fue un proceso largo en el que estos personajes fueron ganando protagonismo. El cuerpo humano, su fisiología y su esencia somática, han sido tema recurrente en su obra. Una de sus primeras intervenciones en este sentido fueron sus piezas de látex rememorando partes del cuerpo; muchas de ellas resultaban imposibles y nos invitaban a pensar en dónde radica la substancia de nuestra existencia física. Su proyectoPrét-a-porter mediante el cual, en 1995, creó unas piezas a modo de vestimentas o corazas que se adaptaban perfectamente al cuerpo humano, fue otra apuesta por proponer un sistema de transformación de nuestro armazón visible. Los elementos, que se adaptaban perfectamente al cuerpo del usuario, permitían cambiar de sexo y el aspecto de nuestra piel, entre otras mutaciones. La misma inspiración anatómica le condujo alEdificio en proceso de diálisis que, en 1996, convirtió un edificio entero en un ser vivo, en un ente que necesitaba de la limpieza de su sangre. Vidal tomó el inmueble de dos plantas que ocuparía después la Galería Senda e instaló en su interior una compleja red de venas y arterias, transportando esa sangre que necesitaba ser curada antes de proceder a la reforma formal de su estructura.
Siguiendo este camino, en 1996 aparecieron los lindos. Experimentando con su propia orina, Vidal creó primero unos pañales para adultos con los que proponía reflexionar sobre los fluidos corporales, a los que bautizó con el nombre de lindors. Había algo de la búsqueda de la esencia humana en un problema médico, el de la incontinencia urinaria. Poco después, y como complemento a esas incómodas envolturas de celulosa, Vidal asistió al nacimiento de los lindos, que en una instalación en el New Art de Barcelona compartieron protagonismo con los lindors en una habitación forrada íntegramente con plástico.
Tras esa presentación en sociedad, los lindos dieron sus primeros pasos en Lindos paseos (1997). En esa ocasión, los bebés tomaron ya su independencia y su personalidad propia, caminando junto al mar y manteniendo largas charlas entre ellos. En esa idea estaba recogida la noción de aprendizaje: era un bebé el que enseñaba a otro a andar. Quizá por eso, algunos de ellos aparecían amputados, faltos de una pierna. Sus recorridos fueron registrados por Vidal en fotografías, imágenes muy semejantes a esas escenografías a las que antes nos referíamos. En ellas el tiempo adquiere una nueva dimensión: vemos a los protagonistas y a sus actos. Se establece así una nueva magnitud en la que se desarrollan los distintos estados de la existencia de los lindos, una narración de un fragmento de su vida. El espectador debe recomponer el hilo de los acontecimientos e imaginar en qué situaciones se veían inmersos los lindos. Algunas de ellas se acompañan de textos, que nos revelan a unos personajes románticos y sensibles, como la linda que dice a su compañero:
Tengo miedo que el mar, cuando se retire, borre mis nuevas huellas de la orilla y que ese lindo paseo sea sólo un sueño.
Tiempo después, en 1998, llegarían los Paralindos. En esta obra, los lindos se convierten en actores de un montaje hecho especialmente para ellos: un mundo en el que muebles y objetos están hechos a su medida y en el que incluso los cuadros están colgados a su altura. Sin embargo, y a diferencia de Lindos paseos, en esta ocasión nosotros, humanos ya crecidos, podemos compartir su espacio y caminar por su misma realidad. Nuestro triste descubrimiento es que esa sala que a modo de mundo particular tienen los lindos, es sólo para ellos y que nada está hecho allí pensando en nosotros. Los lindos revelan aquí tener una existencia mucho más rica en expresiones y demuestran, por otra parte, ser unos apasionados del arte contemporáneo. Quiero ser lindo traería, en la penúltima aparición de estos personajes, a un adulto que clama por su deseo de ser niño.
Resulta obvio que los lindos nos inquietan. Una constante en la representación de la figura humana es que el arte ha cargado al conjunto de carne y huesos objeto de su simulacro de muchas más interpretaciones que las que aparentemente tiene. En cada retrato, en cada desnudo, en cada forma que podemos encontrar sobre cualquier formato, los artistas han depositado todas las grandezas y las miserias de nuestra existencia, nuestros miedos y aspiraciones. Los lindos, como personas que son, no dejan de ser portadores de todos estos matices que rodean el sentido de su propia imagen. Sin embargo, los lindos son niños, haciendo más compleja nuestra relación con ellos. A todos nos incomoda asumir que la infancia es más que un estadio de la vida en el que todo es bello y maravilloso, en el que existen tensiones y luchas. Los lindos son seres perturbadores porque contradicen nuestra relación con los niños y posiblemente también con nuestra propia historia: son seres lúcidos, inteligentes, observadores y dotados de una compleja sexualidad. Es precisamente la existencia de una libido propia lo que más nos incomoda de los lindos. Nuestra cultura asocia la infancia con un período en el que la sexualidad no tiene cabida, con la ingenuidad e inocencia. Por otra parte, a los adultos nos resulta especialmente difícil asumir la sexualidad infantil porque eso conlleva enfrentarnos a nuestro pasado y descubrir en él, posiblemente, la base de nuestro comportamiento actual.
Históricamente, el comienzo de la vida humana ha estado presente en el arte casi de forma exclusiva a través de la figura del niño Jesús, en quien con dificultad podríamos encontrar rasgos exclusivamente humanos. Fuera de Él, el arte se ha llenado de alegres putti, en representación de esa constante negación de la sexualidad y la complejidad de la infancia. El gran acierto plástico de Luis Vidal es haber no sólo creado los lindos, unos niños cargados de pasiones y criterios distintivos, sino también su propio universo. Es un mundo muy similar al nuestro, con ambiciones y deseos paralelos. Pero, sobre todo, es un conjunto coherente, con sus propias reglas y en el que todo lo que cabe en él tiene su propio sentido. Incluso nuestra presencia.
Ferran Barenblit
Fotografías: Pep Cerezo y Luis Vidal
Texto: Ferran Barenblit
Traducción: Jocelyn González
Edición: Galería Senda
Model: Ivonne Cárdenas
Fotomecánica e Impresión: Gráfiques de Yebra
Coordinador: Albert Quílez
Encuadernación: Podium
Con la colaboración de: D l E N T E X
LIST OF WORKS
"Paralindos" 1998
(Montaje - Instalación)
Galería Senda, Barcelona. (Nov.-Dic. 1998)
Galería Ferran Cano, Palma de Mallorca. (Mar. 1999)